
Sara Astiazarán.
Los orígenes de la organización colectiva
El 17 de noviembre de 1963, un grupo de personas reunidas en una sede provisoria en calle 9 de julio (Córdoba) -donde también funcionaba la Juventud Obrera Católica, la Cooperativa El Huanquero, los abogados de las costureras y otras pequeñas organizaciones-, realizaron su primera asamblea y refrendaron en un acta los primeros pasos para su organización colectiva: se trataba de la Asociación de Trabajadores de Casas de Familia. En ese primer documento quedó plasmado el temario del orden del día; una serie de puntos programáticos que, según entendían, servirían para consolidar la naciente entidad. Entre los primeros puntos del temario propuesto se encontraba la creación de un sindicato que organizara y defendiera a las trabajadoras domésticas, elaboración de estatutos, designación de Comisión Directiva, fijación de cuota sindical y adhesión a la Federación Argentina de Sindicatos de Personal Doméstico de Casas Particulares. Según menciona el Acta N° 1, en esa reunión quedó constituido formalmente el sindicato que pasó a llamarse “Sindicato del Personal Casas de Familia”.
Si bien todavía no existía una legislación especial para el sector, en 1963 se encontraba vigente el Decreto Ley 326/56, sancionado durante la denominada Revolución Libertadora. El estatuto establecía que los aumentos salariales eran fijados por el Estado, sin ningún mecanismo de negociación con los sindicatos existentes. Además, creaba una instancia especial para la resolución de los conflictos laborales entre trabajadoras y empleadores: el Tribunal del Trabajo Doméstico (llamado inicialmente Consejo del Trabajo Doméstico), que funcionó bajo la órbita del Ministerio de Trabajo y Previsión de la Nación, sólo con jurisdicción en la Capital Federal. Más allá de la importancia de la existencia de un marco legal, existían limitaciones y exclusiones en los derechos reconocidos para las trabajadoras derivados esencialmente de la identificación del servicio doméstico como una actividad realizada como parte del mundo familiar del empleador y de la que éste no obtenía lucro, representaciones que dan cuenta de los límites de la mercantilización de la actividad y la heterogeneidad de relaciones en el marco en las que era realizado (Pérez y Allemandi: 2023).
Aun así, a pesar de las restricciones que el decreto establecía, una de las peleas más arduas que se propuso el naciente sindicato fue que la provincia de Córdoba adhiriese a la Ley, es decir, lograr que la normativa se reglamentara y aplicara a quienes trabajaban en la provincia ya que sin este reconocimiento no se podía realizar ningún tipo de reclamo a la Secretaría de Trabajo o a la Caja de Jubilaciones por ejemplo, conquista que recién pudo lograrse en 1971.
Memorias de Sara
Sara Astiazarán – Sarita o la hermana Sara – (1917-2007) fue y sigue siendo en la memoria del SinPeCaF, su referente indiscutida. Nacida en Corrientes, ingresó como monja a la orden de las Carmelitas Misioneras Descalzas. A principios de los años sesenta se trasladó a vivir a Yocsina (Córdoba) donde trabajó como enfermera para las y los pobladores de las barriadas más humildes, históricamente afectados –como vecinos/as y trabajadores- por las cementeras. Su trabajo social y su cercanía al ala posconciliar de la iglesia católica, a través de vínculos con Monseñor Angelelli y el Padre Carlos Fugante, la llevó a tener discrepancias con el Arzobispado de Córdoba y particularmente con Raúl Primatesta. Tal es así que, a mediados de esa década, dejó los hábitos, se volvió laica consagrada y se trasladó a vivir junto a Mercedes Colobraro a un barrio obrero de la ciudad: Bella Vista. Alejada de la vida eclesiástica institucional, pero profundamente influenciada por el evangelio y la necesidad de dignificar a los pobres –en línea con los planteos pos conciliares- siguió atendiendo en el dispensario del barrio y consiguió trabajo como empleada doméstica en B° Vélez Sarsfield. Así, frente a la percepción y la vivencia en primera persona de la explotación y desigualdades que sufría este sector, mujeres en su inmensa mayoría, sintió la urgencia de comenzar a trabajar para organizarlas.
Según cuentan sus compañeras, empezó a volantear en el barrio, a esperar a quienes salían de trabajar en la zona donde ella trabajaba y vivía, a persuadir a otras mujeres de que era necesario juntarse y afiliarse. Quienes la conocieron recuerdan que a lo largo de los años Sara pudo, a través de la actividad sindical, poner en práctica sus dos convicciones más profundas: los principios cristianos y su “corazoncito peronista”. “[Ella dijo] Dejo el convento y me pongo a trabajar por los pobres y necesitados. Para ser voz de los que no tienen voz”; “Ella vibraba con Evita…tenía muy clara la condición social…ella quería una sociedad distinta para los trabajadores”; “Ella era muy legalista”; “La lucha, el peronismo revolucionario, el retorno, que ella acompañó, no la hacían cambiar de su decisión de trabajar en el sindicato, organismo natural de reivindicación de las trabajadoras”; “Le ofrecieron ser candidata a primera diputada provincial. Dicen que no aceptó porque no quería dejar el sindicato”. Estas frases, elegidas al azar, dan cuenta de las tradiciones religiosas y políticas que atravesaron la biografía de Sara y que, sin dudas, marcaron la historia y el rumbo del SinPeCaF, constituyendo vínculos estrechos que durarán en el tiempo. Evidencian, además, dos cosas: por un lado, la conciencia que tenía Sara sobre la necesidad de la organización colectiva. Por otro, dan cuenta de su diagnóstico sobre las posibilidades reales de sostener un espacio sindical si éste no tenía características pluralistas en el amplio sentido de la palabra, dada la gran heterogeneidad existente entre las trabajadoras domésticas (así como entre las/los “patrones”).
La renovación del SinPeCaF
El período 1963-1967 fue importante en la historia del SinPeCaF ya que significó el comienzo de la formación sindical y la obtención de la personería jurídica. Sin embargo, al no contar con la personería gremial y ante la falta de cuotas sindicales suficientes para sostener la estructura, esos primeros años estuvieron marcados por una orientación más social, o de sociabilidad, donde se organizaban fiestas, kermeses, entre otras reuniones, con el fin de recaudar fondos.
En mayo de 1967, Sara y otras trabajadoras domésticas fueron invitadas a una asamblea, a la que acudieron preocupadas ante la posibilidad de desaparición del mismo. Sara escribía: “En ese momento conocimos mujeres con gran dificultad para comprender lo que significaba perder un sindicato que aunque en ese momento no brindaba legalmente nada, pero sí había logrado nuclearlas tras un objetivo”.
Así, a la par de militar en el barrio donde vivían para conseguir más afiliadas, Sara y Mercedes comenzaron a frecuentar todas las reuniones que se hacían. Para ellas “se hacía necesaria una reorganización urgente”; según su diagnóstico, hasta ese momento habían existido malas gestiones y desorganización de quienes se hicieron responsables de la conducción, falta de respuestas a los problemas de las compañeras, mal manejo de fondos, dependencia casi absoluta de las decisiones del sindicato nacional y ausencia de una sede propia. Finalmente, el 10 de diciembre de 1967 se constituyó la asamblea “que marcaba el nuevo rumbo del SIMPECAF”, quedando conformada por una comisión provisoria, donde Sara Astiazarán fue elegida Secretaria General. De esta manera se abría un periodo donde la organización colectiva y la constitución progresiva de una “conciencia legal” en tanto trabajadoras y sujetas de derechos, sería lo principal.
¿Cuáles eran las dificultades a resolver en esta nueva etapa del sindicato? En primer lugar solucionar el problema de la atención a las afiliadas, ya que todas trabajaban, no tenían local propio, muebles ni materiales de ningún tipo. En segundo lugar, señalado insistentemente como una preocupación fundamental, era conseguir la personería gremial. Para ello, entre 1968 y 1970 se realizaron 12 asambleas –que se hacían los días domingo – y más de 60 reuniones de comisión directiva. “Éramos llamadas “las cama adentro”, el único sindicato que se reunía los domingos, porque teníamos ese día franco”, recordaba Flora Quinteros, integrante del sindicato desde sus orígenes (citada en Fulchieri, 2018).
El SinPeCaF en tiempos del Cordobazo
¿Qué participación tuvieron las trabajadoras domésticas organizadas durante el Cordobazo? Sobre las jornadas de mayo, Sara señalaba que desde el 10 de abril de 1969 se había comenzado a participar de los plenarios de la CGT y que el 22 de mayo habían comenzado a agudizarse los acontecimientos gremiales, políticos y estudiantiles. Sobre el paro del 29 decía: “a este plenario participó el Simpecaf con adhesión de la C.D [Comisión Directiva] haciéndose presente con una nota que fue leída en el plenario”.
Desde los recuerdos individuales y colectivos, la participación de Sara fue determinante para decidir que el 29 de mayo fuera una jornada de paro activo con movilización. “Ese 29 de mayo ella venía en el camión, junto a Tosco y junto a tantos sindicalistas […] Sarita decidió con su voto el Cordobazo”, se repite en distintos homenajes. Otros testimonios sostienen que varias mujeres vinculadas al sindicato participaron del mayo cordobés y, a partir de allí, con Sara a la cabeza, comenzaron a concurrir a diversas reuniones –de las que había muchas en la época- junto a distintos sectores de trabajadores/as.
En este período, al igual que otros espacios sindicales, el SinPeCaF fue consolidando su organización interna y comenzó a tender redes con otros sindicatos de la ciudad y con similares de distintos puntos del país. Además empezó progresivamente un proceso de expansión, producto de la creciente demanda del interior de la provincia, siendo la ciudad de Villa Nueva la sede de la primera delegación.
Aun así, algunas situaciones propias del sector hacían dificultosa la organización colectiva. Por un lado, la gran fragmentación entre ellas ya que, contrario al espacio concentrado de las fábricas, las empleadas se movían solas en sus espacios de trabajo. Por otro lado, había una gran tensión hacia el interior de “las domésticas” debido a la cercanía y familiaridad entre empleadas y empleadoras/os, hecho que dificultaba que las trabajadoras emprendieran con mayor sistematicidad acciones concretas de lucha (ya sea huelgas u otra metodología) en pos de sus derechos laborales.
El comienzo de una nueva etapa: la personería gremial (1970)
Obtener la personería gremial fue quizás el logro más importante para el grupo de mujeres que constituían el núcleo central del sindicato. Junto a Sara, estaban Mercedes Colobraro, Flora Quinteros, Rosa Zapata, Ramona Quiroga, Julia Barrionuevo y otras. El primer desafío era llamar a elecciones por primera vez en la historia de la institución. “Era la primera vez que debíamos hacerla de acuerdo a las exigencias de la ley, fue un trabajo muy fuerte, nada sabíamos, debíamos aprender todo y esto con la atención de oficinas que debido a la difusión cada vez aparecían más compañeras”, escribía Sara en una reconstrucción realizada por ella en 1996.
Así, se comenzó a trabajar en función de las exigencias del Ministerio de Trabajo. Algunos objetivos que se plantearon fueron: 1) Difusión del sindicato y concientización de las compañeras; 2) Conseguir la reglamentación del estatuto 326/56; 3) Campaña para conseguir la Libreta de Trabajo y cumplimiento de los aportes jubilatorios; 4) Propósito de dar cumplimiento mediante una información adecuada lo dispuesto por la ley 18.610 de Servicios Sociales; 5) Formación de Socias con Asambleas, cursos.
Esta enumeración de objetivos, sumado a otros como por ejemplo tener presencia en la CGT, dan cuenta de la preocupación del renovado sindicato, no sólo por llevar adelante un proceso ordenado en cuanto a las autoridades y las cuestiones legales sino, sobre todo, para diferenciarse del proceso anterior a 1967 –que denunciaban tenía prácticas fraudulentas y de engaños a las afiliadas-. En esa línea de “ética y honestidad”, tal como la definían, se posicionaban para dar respuesta efectiva a las trabajadoras domésticas, principalmente en cuestiones vinculadas a la jubilación, tal vez una de las mayores preocupaciones –dada la informalidad laboral del sector- de aquellas que por la edad ya no podían trabajar.
Una vez conseguida la personería, la revista Aquí y Ahora publicó una nota titulada, “La revolución de las sirvientas”. Allí Sara exponía los logros y dificultades de la constitución del sindicato, una institución que la revista tildaba de “vanguardista en el interior del país”. Con un gran número de afiliadas -que pasó de 43 “socias cotizantes” en 1967, a 148 en el momento de la personería gremial (1970) y 255 en 1972-, decía la Secretaria General: “por primera vez en el interior de la República, nuestro gremio tiene representatividad ante los organismos públicos”. En el reportaje, sin embargo, denunciaban la constante precarización laboral que afrontaban las mujeres del sector: inestabilidad laboral, cambios permanentes en las condiciones de los contratos entre patrones y empleadas (generalmente acuerdos de palabra) y bajos salarios.
Lo expresado por Sara reflejaba una realidad respecto al empleo femenino de la época. En 1973, un informe elaborado por Elías Baracat a pedido del Ministerio de Desarrollo de la Provincia de Córdoba señalaba que, al igual que en el resto del país, existía en el mercado laboral una marcada división sexual del trabajo, observando una gran concentración de mujeres en las actividades de servicios: servicio doméstico, educación, comercio y sanitarios. Según el mismo informe, en abril de 1970 el 23,2% de la población femenina económicamente activa de Córdoba trabajaba en el servicio doméstico, un número mayor que en Buenos Aires, Rosario y Mendoza (sólo Tucumán tenía un porcentaje más alto), siendo la actividad con más cantidad de trabajadoras. Asimismo, dentro de las tareas no manuales no calificadas, el número de mujeres era mayor que el de los varones, siendo el empleo doméstico uno de los principales ítems.
Para 1971 los números no habían variado significativamente: dentro de la población económicamente activa (PEA), el servicio doméstico ocupaba a un 22,12% de mujeres y un 0,29% de varones. Sin embargo, entre 1956 y 1976 las leyes que se aprobaron para las trabajadoras domésticas las excluyeron de los nuevos derechos incorporados para la mayoría de las y los trabajadores de otros sectores, por ejemplo la Ley de Salario Mínimo, Vital y Móvil (1965) y la Ley de Contrato de Trabajo (1974). Esto se debió, en gran medida, a que aún se mantenía sobre la actividad una mirada “maternalista” que consideraba al servicio doméstico como una actividad no “productiva”, que debía ser atendida en sus particularidades, en tanto se trataba de un vínculo de convivencia entre la trabajadora y la familia del empleador/a, entre otras cuestiones.
Durante la etapa dictatorial no hubo ningún tipo de avance en términos de derechos para las trabajadoras domésticas. La propia Sara se quejaba en 1985 sobre su condición. En un reportaje afirmaba con vehemencia la exclusión de las que eran objeto “las domésticas”, que las mismas no eran consideradas trabajadoras y por ello se las explotaba. Pero sobre todo insistía en la organización colectiva:
“-¿Qué tipo de asesoramiento da el sindicato? ¿Es solo en lo laboral o una formación para la vida?
-Antes que nada se las hace despertar a su condición de personas, de mujeres y de trabajadoras. Nosotros les decimos que para conocer sus derechos y obligaciones como trabajadoras deben venir al sindicato […] Hay que enseñarles a relacionarse, a que juntas compartamos situaciones”.
Encender la lucha colectiva
No puede entenderse la historia SinPeCaF sin la figura de Sara Astiazarán, quién articuló hacia el interior y exterior del espacio sindical dos improntas que marcaron su propia biografía: la católica y la peronista. En los distintos escritos de Sara, guardados en el archivo del SinPeCaF, encontramos no sólo una suerte de memoria institucional que recupera su propia historia sino también un objetivo político-pedagógico: la formación de las nuevas generaciones.
Puede observarse, además, el largo y trabajoso proceso por el cual un grupo de mujeres, de manera constante y sostenida, reorganizaron casi “de la nada” un sindicato, sin contar con demasiadas herramientas (ni materiales ni de formación) más que su propio deseo de aglutinar a un sector que sabían, por experiencia propia, explotado y marginal dentro de la sociedad en general, y del mercado de trabajo, en particular. Un sector compuesto en su gran mayoría por mujeres, muchas de ellas migrantes y con educación incompleta, pertenecientes a la amplia denominación de “sectores populares”.
Queda aún mucho por reconstruir sobre el SinPeCaF, quienes continúan luchando por correr esa mirada “maternalista” o “familística” sobre el empleo doméstico, mirada que mantiene, en muchos sentidos, la exclusión y explotación de las trabajadoras aún en el presente.
Ana Laura Noguera
CEA-FCS-UNC
Córdoba- Argentina
analauranoguera@unc.edu.ar
Referencias
-Allemandi, Cecilia y Pérez, Inés (2023). “El servicio doméstico y la historia del trabajo en la Argentina moderna” en Atlas Histórico y Geográfico de la Argentina. Mundo del trabajo. Tandil: UNCPBA. pp. 283 – 294. Disponible en https://www.fch.unicen.edu.ar/atlashyg/AtlasMundodeltrabajoebook.pdf
-Fulchieri, Bibiana (2018). El Cordobazo de las mujeres. Memorias. Córdoba: Las Nuestras.
-Extractos de archivos y documentos sobre la Historia del SinPeCaF resguardados en el sindicato.