Milei y la ruptura del sentido común

En el último Boletín de CDD Argentina del año compartimos una extensa reflexión de nuestra compañera Marta Vasallo, periodista y activista feminista, que analiza cómo y por qué el gobierno de Javier Milei amenaza la justicia social y los derechos humanos, mientras apunta contra las luchas sociales y feministas históricas.

Ante la pregunta: ¿Cómo puede ser que nuestro presidente sea Milei?, la respuesta suele limitarse a atribuir la razón a la gestión presidencial anterior, que se considera fallida.

Más bien creo que en la raíz de los hechos históricos y políticos hay factores múltiples, que no pueden confinarse a los 4 años anteriores, cualquiera sea nuestra opinión sobre ellos.

Muchos de esos factores no son locales, y tampoco necesariamente recientes.

El pasado mes de noviembre se cumplieron 35 años de la caída del muro de Berlín. Se conoce con esa metáfora, o mejor dicho metonimia, la parte por el todo, la caída en 1989 del bloque comunista encarnado en la URSS y sus países satélites.

Para quienes nacieron a partir de la década de 1980, resulta difícil imaginar un mundo dividido en dos grandes bloques: el bloque de países de régimen comunista y el de países de régimen capitalista, que se autodenominaba “mundo libre”, y al que pertenecía la Argentina.

Claro que en la Argentina, como en otros países de la región, era evidente la contradicción: ser parte del “mundo libre” mientras se sucedían golpes de Estado llevados a cabo en nombre de “la defensa de la democracia”. Fueron dictaduras cívico militares fundamentalmente anticomunistas y en la Argentina antiperonistas. Para que no ganara la mayoría peronista se recurría a golpes de Estado.

Era completamente distinto vivir en ese mundo partido en dos que vivir en un mundo como el actual donde el capitalismo tiene un carácter universal y sin alternativa aparente. Marca un parteaguas importante respecto de las generaciones que nacieron después.

Esos dos bloques competían en la carrera armamentística, en la carrera del desarrollo tecnológico, en la capacidad de anexar a su régimen y a sus intereses la mayor cantidad posible de naciones.

Después de la segunda guerra, en Occidente cobró gran relevancia la noción de derecho, la valoración de los derechos tanto sociales como personales. Para competir con la URSS, Occidente desarrolló una estrategia inteligente que fue la fundación de los llamados Estados de bienestar: sistemas donde el Estado sostiene una presencia extendida para garantizar derechos laborales, salud, educación, jubilaciones, mientras garantiza libertades personales, como derecho a la libre expresión, a la protesta, a la organización en partidos políticos, que no tenían vigencia en los sistemas comunistas. Hasta los años 80, los Estados de bienestar funcionaron bien en países desarrollados (Estados Unidos, de Roosevelt, y Europa occidental).

En mi opinión, el peronismo fue una versión argentina de esos Estados de bienestar. Dado el predominio del pensamiento eurocentrista, una tendencia política que no se enmarcaba ni en el liberalismo ni en el comunismo era fascista o nazi. Así fue como el peronismo para Europa y para buena parte de la población argentina se interpretó como un fascismo criollo. Su carácter aluvional y de pasión de multitudes dificultó su asimilación a los Estados de bienestar.

Sin embargo, la “tercera posición” propuesta por Perón, fue el anticipo de un movimiento significativo mundial, cuyos integrantes se autodenominaron “del tercer mundo”, y que surgiría en el curso de los años 60, cuando ya Perón había sido derrocado en la Argentina.

Esos países abrían una brecha en un mundo supuestamente bipolar. Capitalista o comunista. Eran países que resistían, tanto la tutela de Estados Unidos como de la URSS. Países subalternos, dependientes, que querían romper la subordinación a alguno de los dos bloques, conducidos por potencias con poder suficiente como para hacer primar sus propios intereses por sobre los intereses de países que priorizaban independizarse. Es significativa la trayectoria de un revolucionario como Ernesto Guevara, que empezó adhiriendo a la URSS para después defender la causa del tercer mundo, lo cual implicó que se alejara de la revolución cubana, cuya supervivencia no pudo prescindir del apoyo soviético, para librar su lucha en África y después en América del Sur.

 A partir de la caída del muro, el capitalismo extendió su hegemonía mundial, liberando la evolución hacia un capitalismo cada vez más centrado en la especulación financiera antes que en la producción.

Hemos llegado a vivir en un mundo dominado por especuladores financieros, cuya especialidad es hacer dinero a partir del dinero, no a través de la producción y el trabajo. Una de las cuestiones más alarmantes de nuestra actualidad es la decisión de enseñar a los chicos a entrar desde los 13 años al mundo de las finanzas, a hacer dinero sin otra base en la realidad que la de entrenarse en operaciones financieras. La riqueza de los dueños del mundo hoy es directamente proporcional a su disminución en cantidad y a la concentración de su poder.

Cuando escucho a Sturzenneger decir “Donde hay una necesidad hay un mercado”, y a Milei decir: “Las necesidades son infinitas pero su financiamiento es finito” (contra el apotegma de Eva Perón: “Donde hay una necesidad nace un derecho”), me acuerdo de la época de la caída del muro.

También en la época de la caída del muro se insistía en la adquisición universal de las libertades, se decía que habían terminado los conflictos políticos, sólo quedaba la confrontación entre civilizaciones. Por ejemplo, la “racionalidad” occidental contra el “fanatismo” islámico, a partir del ataque a las Torres Gemelas en Nueva York. Hoy los conflictos entre civilizaciones resultan ser un eufemismo del racismo profundo que Milei no se ocupa de disimular, cuando vuelve a los términos de civilización y barbarie para referirse a nuestra historia, o cuando declara que Netanyahu ejerce su legítima defensa contra la Franja de Gaza. Y la libertad carajo es en realidad la libertad de mercado, el absolutismo del libre mercado, el mercado libre como el organizador de la vida humana y las sociedades.

Hace un año leí una novela de un escritor de origen argentino, hijo de padres exiliados que lo llevaron de chico al exterior. Se llama Hernán Díaz. Vive en Estados Unidos, escribe en inglés, y una novela suya, Trust, traducida como Fortuna al español, se difundió mucho entre nosotros durante el año 23.

En esa novela encontré por primera vez la cuestión de la especulación financiera abordada por la literatura. Marx admiraba a los grandes escritores realistas del siglo XIX, sus contemporáneos, decía que en sus novelas aprendía mucho más sobre la sociedad europea que en los libros de economía. La literatura a veces anticipa el conocimiento de terrenos que todavía no han sido suficientemente abordados por especialistas. Uno de los protagonistas de esta novela, Fortuna, es un financista neoyorquino de nombre Benjamin, no actual, sino de algún momento del siglo XX. A través de él encontramos una descripción de las finanzas que a mí me ayudó a entender el mundo actual: el mundo de las finanzas es un mundo fuera del mundo real, un mundo abstracto, y que sin embargo es capaz de configurar la sociedad real.

Van algunos de sus pasajes:

 “La naturaleza aislada y autosufciente de la especulación lo interpelaba, y era una fuente de asombro y un fin en sí mismo, independientemente de las ganancias que le significaban…”

“…le hubiera resultado difícil explicar qué es lo que le atraía de las finanzas. Era su complejidad, sí, pero también el hecho de que veía al capital como un ser que vivía asépticamente. Un ser viviente que se mueve, come, crece, se reproduce, se enferma, puede morir. Pero es limpio… Ese ser viviente se ponía en movimiento, dibujaba hermosas formas en su camino hacia reinos de creciente abstracción…”

“La magnitud de las nuevas empresas monopólicas, el valor de algunas de las cuales superaba todo el presupuesto del gobierno, demostraba cuán desigualmente se distribuía esa abundancia. Pero la mayor parte de la gente, independientemente de sus circunstancias, estaban seguros de que participaban de ese crecimiento económico, o de que participarían de él en poco tiempo…”

Benjamin prefiere el mundo abstracto de las cifras al mundo real. Elude el contacto con la gente, el mundo sensible, parece despreciar incluso el confort. Se hace rico con gran facilidad, es indiferente a los efectos sociales de su actividad. Pero incluso él se da cuenta de la paradoja: la gente celebrando una prosperidad económica que solo alcanza a unos pocos.

Cuando escucho a Milei, además de acordarme del muro de Berlín, también me acuerdo del personaje Benjamin: Milei considera la comida como una pérdida de tiempo, quiere llegar a un mundo donde la gente se alimente de pastillas de proteínas, su gran plan es viajar a Marte con Elon Musk. No le gustan las mujeres, tal vez tampoco los hombres. Sólo admira a su hermana a quien llama en masculino “El Jefe”y a quien compara con Moisés.

No sé si ustedes escuchan a Milei cuando habla. Cuando habla no se ocupa del mundo real, no desciende de los marcos de “lo macro”. En una entrevista brillante una periodista de la BBC, cuando Milei enumera sus éxitos macroeconómicos le recuerda el precio de la leche en los supermercados argentinos. Milei contesta: ¿Usted puede evaluar la situación económica con el precio de uno solo entre los cientos de productos que se venden? Para Milei no tiene ninguna relevancia el valor de la leche en la nutrición de bebés y niños pequeños, no tiene ninguna relevancia su importancia para padres con hijos pequeños. Da lo mismo la leche que los espárragos o el iphone, que cualquier producto no imprescindible para sobrevivir.

El dominio de las tecnologías

El carácter crucial de las tecnologías para desenvolverse en el mundo actual es otra gran divisoria entre quienes crecimos antes de los 80 y ustedes.

El otro día el dirigente Jorge Taiana recordaba que en 1970 un alto funcionario norteamericano decía que Occidente iba a derrotar a la URSS mediante el desarrollo tecnológico. Yo no tengo claras las causas del derrumbe soviético. Me resulta difícil discernir si el desarrollo de la tecnología en Occidente llevaba inexorablemente a este incremento de las desigualdades, a hacer cada vez menos compatible al capitalismo con la democracia. O si había otros caminos posibles de la tecnología que no lograron imponerse o que fueron ignorados.

Lo que me parece seguro es que era más accesible la democracia si bastaba un/a maestro/a, un lápiz y un cuaderno para aprender a leer y a escribir; ahora para leer y escribir se necesita un sistema eléctrico eficiente, una computadora, y el dominio gradual de la informática. Era más imprescindible la comunicación humana cuando podíamos llegarnos a un mostrador para hacer trámites o compras, cuando dependíamos de una red telefónica y de los encuentros en casas o en bares para conectarnos con otros que si para todo eso dependemos de un teléfono móvil que encierra nuestros contactos, nuestra cuenta bancaria, las facturas que hay que pagar, las noticias que recibimos, los mensajes que nos envían, las fotos que sacamos, las entradas a la cancha o al cine, los pasajes para usar los transportes, los turnos médicos. La vida en un móvil. Es un modo de vida que lleva a preferir la manipulación de objetos al riesgo del contacto con otros seres humanos.

Lo cierto es que la tecnología y su dominio es uno de los campos favoritos, imprescindibles para la derecha global. Gracias a las nuevas tecnologías de la comunicación realizan campañas políticas, instalan un nuevo sentido común, homogeneizan el mundo, nos han enjaulado en un sistema de espionaje que prácticamente impide la privacidad. Se sabe qué compramos, adónde viajamos, con quiénes nos conectamos, qué gustos tenemos…

Derechos vs. mérito

En este paso del capitalismo productivo al especulativo, la noción de derechos humanos, muy fuerte en Occidente después de las dos guerras europeas y hasta los 80, empezó a confrontar con la noción de mérito. Thatcher en Gran Bretaña y Reagan en Estados Unidos lideraron en los 80 un vuelco gradual de los estados sociales a estados que pusieron el acento en el libre mercado como organizador de la vida y de las sociedades, en la libre competencia, en la responsabilidad de los pobres en su propia pobreza, y en el mérito individual supuestamente alcanzado al abrirse camino hacia la propia prosperidad a costa del debilitamiento y explotación de otros. Los estados nación tienen cada vez menos poder que las grandes corporaciones. Y las generaciones jóvenes parecen indiferentes a la aspiración a la soberanía nacional.

A estas políticas se las conoce bajo el rubro neoliberalismo. Un nombre equívoco, pero es el que ha quedado.

La modernización del país que significó el peronismo, había instalado un sentido común diametralmente opuesto al que significa el gobierno de Milei. Mientras Perón les decía a los trabajadores: “Los que defienden las libertades les aseguran a ustedes la libertad de morirse de hambre”, Milei, que abomina de la noción de derecho, menciona y defiende esa “libertad de morirse de hambre”. En su campaña mencionaba la libertad del padre de vender a sus hijos, y su funcionario Benegas Lynch sostiene que la escuela primaria no tiene por qué ser obligatoria: si un padre necesita que su hijo lo ayude en el trabajo no debiera estar obligado a mandarlo a la escuela.

Aquel sentido común propio de una sociedad más integrada, y que no perdía de vista el horizonte de la igualdad, persistió pese a la seguidilla de dictaduras militares y gobiernos civiles condicionados por su antiperonismo que se extendieron desde el golpe de Estado de 1955 que volteó a Perón hasta la última dictadura cívico-militar, que marca una verdadera inflexión en la historia del país. A partir de ella se fue debilitando el peronismo, rendido al neoliberalismo con la presidencia de Menem en los 90, inesperadamente revivido y actualizado a través de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner, a quienes se les está haciendo pagar caro su coraje y su voluntad restauradora de los principios de igualdad, soberanía y justicia social.

El cristianismo

 Es frecuente escuchar la idea de que Milei no constituye  ninguna novedad, que es la continuidad de políticas ya conocidas: la Revolución Libertadora, las dictaduras producto de golpes de estado que la siguieron, Macri, De la Rúa. Creo que Milei presenta aspectos nuevos, además de esa continuidad, por ejemplo su anticristianismo, que me parece relevante sobre todo para una organización católica como la que constituyen ustedes.

Inesperadamente, a mí me ha hecho echar de menos la impronta que el cristianismo imprimió, que hizo de él una verdadera revolución, y que lo supiéramos o no, tuviéramos o no una verdadera fe religiosa, también formaba parte de nuestro sentido común. No me olvido de la conquista de América, de las guerras religiosas, de la Santa Inquisición, de las complicidades clericales con la última dictadura. Pero la iglesia católica dio lugar después del Concilio Vaticano II en los años 60 y 70 al movimiento de sacerdotes del tercer mundo y hoy a los curas en la opción por los pobres. Existe CDD, disidente en algunos puntos de la jerarquía eclesiástica, pero que reafirma su catolicismo como protagonista en las luchas feministas del país. Lo que muestra una vez más que hay sustratos de una revolución que permanecen más allá de la herejía que es siempre su institucionalización.

El Dios cristiano es un Dios que sufre. Los dioses de otras religiones no sufren, para eso son dioses, se enfurecen al ser ofendidos y su venganza es terrible. No puedo ahora precisar dónde, leí que hubo poblaciones indígenas de América que ante la imposición de la cruz por los conquistadores dibujaban una sonrisa en la cara de Cristo crucificado: un dios no puede sufrir, está por encima de la tortura y de la injusticia, no pueden afectarlo.

Pero un Dios que sufre implica una empatía con los que sufren. Milei carece por completo de esa empatía. Enumera con placer la cantidad de despedidos, si se refiere a la pobreza es para endilgarla a gestiones anteriores.

Una de sus contradicciones flagrantes es su oposición al aborto, su proyecto de derogar su legalización. La libertad carajo no alcanza a la decisión de una mujer de qué hacer con su propio embarazo. Podés comprar armas desde los 18 años, podés vender a tu hijo, podés dejar sin medicación ni tratamientos a los enfermos, podés arancelar la educación, evadir impuestos y fugar capitales, pero no podés abortar.

Claro que el antifeminismo de Milei no se limita al aborto, niega la discriminación sexual, por consiguiente la violencia sexista, la noción misma de género. Las mujeres que forman parte de su gobierno se hacen eco de ese odio.

Lo vivimos como una amenaza, pero también podemos verlo como un talón de Aquiles: ¿qué es de la noción de libertad si la mitad de la humanidad no puede proyectar su propia vida?

Tan obvio y contundente como preguntarse: ¿qué es de la noción de libertad cuando te faltan los elementos básicos para sobrevivir?

 El fenómeno Milei

 El denominado “fenómeno Milei” (la persona de Milei pero sobre todo el proceso por el cual ganó adhesiones y llegó a la presidencia, y su aceptación a pesar de los estragos que provoca su gestión) es esa ruptura con el sentido común inoculado por el peronismo desde su origen y con el sentido común impreso por la moral cristiana, una cultura de la que participamos independientemente de nuestra fe, de nuestra religión, o de nuestro origen.

El gran desafío es tomar conciencia de esa ruptura, evitar en lo posible la melancolía de la nostalgia del pasado, y ser capaces de construir un ideal comunitario que recoja lo mejor de esas tradiciones argentinas, actualizándolas, devolviéndoles su vigencia. Para lo cual el núcleo peronista que conserve la sintonía con las masas hoy precarizadas, la aspiración a la soberanía y a la justicia, se fusionará con fuerzas nuevas surgidas de la nueva realidad que se nos impone.