La iglesia que abraza

Foto gentileza Común Unión

La población argentina, en las localidades más pequeñas y en las más grandes del país, está padeciendo, en forma creciente y con una crueldad inusitada, la desigualdad y la exclusión social. Recorremos aquí tres experiencias colectivas que dan fe de la batalla contra el individualismo y a favor de la vida digna. Desde las mujeres que trabajan en un Refugio de Carlos Paz hasta el Padre Paco y su Fundación Isla Maciel, o los pastores Frank y Miriam en el Valle de Paravachasca, en todo el territorio se despliegan organizaciones construidas colectivamente -y sostenidas en el tiempo gracias a una mayoritaria participación de mujeres- que enfrentan a la hostilidad de la calle, ponen el cuerpo y comparten su tiempo.


Las palmeras, la iglesia, los teatros y el reloj Cucú están siempre presentes en la postal de Villa Carlos Paz. En la ciudad real, a pocas cuadras de ese ideal vacacional, se despliega el escenario del Refugio Nocturno “Cura Brochero”, una chispa de esperanza frente al dolor y la pobreza.

Hace dos décadas, un 31 de enero de 1998, nació el Refugio Nocturno y Hogar de Tránsito “Cura Brochero”, gracias a un acuerdo impulsado por la parroquia del Carmen en Carlos Paz. El grupo fundador se desprendió del trabajo comunitario que forjó durante los ‘80 el cura obrero Víctor Acha en la iglesia San José. 

La iniciativa buscó dar respuesta a la gente que llegaba sin alojamiento, pero con el tiempo empezaron a abordar otro tipo de situaciones que complejizaron la tarea. “El Papa se refirió en una encíclica al derecho de que todas las personas tengan un techo. A raíz de eso, vimos que había una problemática local”, contó Alicia Barrigó, integrante del equipo coordinador.

El refugio trabaja con más de 70 familias, da alojamiento a 14 varones y seis mujeres. Recibe un promedio de 50 personas a cenar y 25 buscan una vianda cada noche. Además, entrega 20 bolsones por mes y la demanda sigue aumentando.

Una puerta se abre y va rompiendo el silencio de la antigua casona de la avenida Cárcano.

Cuando se abre la puerta de la vieja casona de Av. Cárcano, se rompe el silencio y se da la bienvenida. Se acompaña a cada persona para resolver la situación que atraviesa y también se articula con las diferentes dependencias estatales. Las voluntarias solicitan ayuda para quienes tienen padecimientos de salud mental, resguardan a mujeres que escapan de la violencia y hasta realizan el DNI de personas en situación de calle.  

Son 40 las integrantes del equipo coordinador y voluntarias, Alicia es una de las fundadoras y está convencida de que  “la mujer en todos los ámbitos es la que sostiene las tareas sociales y las demandas de justicia». Quizás porque como piensa mucha gente  “tenemos una capacidad y una sensibilidad especial”. Pero lo cierto es que “no nos resulta indiferente el que tenemos al lado”, dice Alicia. “Por eso, la mayoría de los merenderos están impulsados por vecinas de barrios populares que ofrecen su propia casa. Hay una disposición de generosidad a flor de piel”, agregó.

Este espacio es el único que recibe a mujeres que sufren violencia de género en el sur del departamento Punilla. Alicia aseguró que son casos donde “cuesta que el Estado dé una respuesta” y la sociedad “estigmatiza”. 

Otras llegan porque están solas y no les alcanza para la comida de sus hijos e hijas. “El refugio les brinda un hogar donde tocas el timbre, te abren la puerta y no te cuestionan”, explicó. También, recibe a personas travesti-trans que “vienen rechazadas por sus familias y la sociedad y la única subsistencia que encuentran es la prostitución”, señaló.

Alicia recuerda una experiencia reciente que la atravesó. Un joven bajo tratamiento de adicciones tenía una crisis de nervios, lloraba y decía que no podía más. “De repente, sale corriendo y pensé que se iba a tirar abajo de un auto, se acuerda casi con la misma desesperación que la impulsó a actuar. “Corrí atrás de él, lo agarré de la campera y lo abracé. Él se quedó abrazado a mí llorando, como una criatura. Pero el abrazo lo calmó”. 

Actuar con esperanza, con humanidad: “¿Cuántos andamos por la calle deambulando, necesitando de un refugio, de un abrazo?”, se preguntó. “Esa es otra gran carencia que tiene hoy esta sociedad y que pasa por la parte afectiva”, subrayó.

“Trabajar y vivir con dignidad”

A lo largo y ancho de nuestro país son miles las puertas que se abren cada día para convertir un lugar en refugio y tender puentes de solidaridad. Son 41.253 los comedores y merenderos populares inscriptos en el Renacom que no reciben alimentos desde el año pasado por decisión de la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello, y el presidente Javier Milei. La cantidad real existente es mayor.

Este es el contexto que tuvo la marcha por el Día de San Cayetano bajo la consigna Paz, Pan, Tierra, Techo y Trabajo. El sacerdote del Grupo de Curas en Opción por los Pobres, Francisco “Paco” Olveira, fue uno de los participantes.

El padre Paco preside la Fundación Isla Maciel, que funciona en la isla y dos asentamientos de Merlo en la provincia de Buenos Aires. Su lema es “Trabajar y vivir con dignidad”. “Tenemos hoy dos comedores raquíticos, porque con este gobierno no hemos recibido un solo kilo de alimentos y una orquesta infanto-juvenil que está en pie por el apoyo del gobierno provincial”, detalló. Además, cuenta con un programa socio-educativo en barrios populares.

Esta época le remite al menemismo “por su falta de presencia del Estado” y a la dictadura militar “por su falta de humanidad”. “La peor violencia es el hambre. (…) Ni siquiera reparten alimentos porque prefieren que se pudran, no cumplen los programas alimentarios y están cerrados todos los canales de protección que tenía el Estado hacia el pueblo, especialmente a los más pobres”, denunció.

El 70% de integrantes de la fundación son mujeres “que dirigen, están al frente y no sólo en las tareas de cuidado”. “Se suman a las vulneraciones de una sociedad machista, las que tienen que ver con el hecho de que la mujer es la que cuida. Los hombres nos borramos y hoy el Estado se ha borrado también de acompañar ese trabajo”, argumentó. 

Organizaciones como ésta se sostienen desde el trabajo comunitario. El objetivo es trascender la caridad y el asistencialismo para constituirse en un espacio “de defensa y lucha de nuestros derechos para trabajar las problemáticas del barrio”, afirmó el cura. “Por eso, este gobierno odia tanto a las organizaciones sociales porque son las que pelean para sostener esa tarea colectiva”, advirtió.

Un tejido de justicia

Alicia y el padre Paco descubrieron su vocación de servicio en su adolescencia. La vida de Myriam y Frank en el Valle de Paravachasca, en la ciudad cordobesa de Alta Gracia, es muy similar.

Myriam Alicia Martos afirmó su fe cristiana e inclinación al trabajo social en su juventud. Se dedica a la promoción de la economía social con perspectiva de género, brindando capacitaciones a emprendedoras.

Frank de Nully Brown inició su dedicación religiosa muy joven, vinculada a la defensa de los derechos humanos. Estudió teología y se ordenó ministro de la Iglesia Evangélica Metodista. Tiene a su cargo dos comunidades evangélicas en Alta Gracia.

En las barriadas las necesidades alimentarias, de salud y educativas se han profundizado drásticamente. Frank contó que apoyan a familias de la región con bolsones de alimentos. “No es suficiente la asistencia que hay del Estado y esto lleva a una tarea de emergencia. Nos encontramos con esa realidad cuando golpean las puertas de nuestras iglesias pidiendo algo para comer”, reveló. 

Cuando el Estado se retira, avanza la pobreza y crece el narcotráfico y consumo de drogas en los barrios populares. “Este es un tema que rompe los tejidos sociales y la posibilidad de trabajo comunitario”, sostuvo el pastor. Por eso, está desarrollando un proyecto de fabricación con botellas de vidrio para aliviar la emergencia económica.

Myriam y Frank coinciden en que estas condiciones profundizan la violencia de género e intrafamiliar. Cuando los ingresos en un hogar son insuficientes, las mujeres ocupan las organizaciones barriales y eclesiásticas con más fuerza. “Vivimos en una cultura patriarcal y machista donde la mujer se encarga de las cuestiones de la casa y por extensión, cuando la plata no alcanza, buscan la comunidad para poder sostener la casa”, ratificó Frank.

Una política de la ternura

¿Dónde está la chispa de esperanza frente a la crueldad y la pobreza planificada que atraviesa nuestro pueblo? ¿Cómo se quita el efecto de la anestesia y se contagia el deseo de transformar la realidad?

Entre las historias que derrotan el individualismo y los testimonios de que otras formas de vivir en comunidad son posibles parece haber una clave. La convicción cristiana motivó en estos casos el trabajo colectivo y de servicio. “Es la que nos apela a ser solidarios. Si el otro sufre, se convierte en nuestro propio sufrimiento y no podemos ser felices a partir de su destrucción”, consideró Frank.

“No entiendo a la vida si no es desde el compromiso social para mejorar la vida de todos”, compartió Alicia. En esa línea, el padre Paco añadió que “por eso Jesús dice que son bienaventurados los que trabajan por la justicia y la paz”. 

Manos que abrazan, tiempo de escucha, el cuerpo puesto en la organización con otros y otras. El camino para una política de la ternura que permita reconstruir los lazos humanos más vitales para que nunca más a nadie le falte lo necesario, se reparta lo que es de todos y todas y tengamos como pueblo la libertad de soñar.

Una chispa de esperanza frente a la crueldad y la pobreza planificadas; la pelea cotidiana contra la anestesia; contagiarse del deseo de transformar la realidad. Entre las historias que derrotan el individualismo y los testimonios de que otras formas de vivir en comunidad son posibles parece haber una clave. La convicción cristiana, la fe en esa otra iglesia que promueve y se suma al trabajo colectivo para enfrentar la pobreza y el deterioro del tejido social en los barrios populares.

Sobre la autora: Jorgelina Quinteros es periodista y comunicadora social. Ejerce la profesión desde 2016 en comunicación popular y comunitaria, siempre con perspectiva de género y enfoque de derechos humanos. Está radicada en Villa Carlos Paz, Córdoba (Argentina).