La violencia dentro de ámbitos eclesiásticos es una problemática estructural de la que poco se habla. Dialogamos con integrantes de organizaciones feministas y cristianas sobre las estrategias que llevan adelante para enfrentar estos casos.

El 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres.
En este marco, dialogamos con integrantes de organizaciones feministas y cristianas sobre la violencia dentro de los ámbitos eclesiásticos, un tipo de coacción de la que poco se habla, pero que debe ser entendida como una problemática estructural, que necesita ser abordada de manera integral.
Para Melisa Sánchez -integrante de Sororidad y Fe e investigadora del CONICET-, «pensar las violencias en ámbitos religiosos no es solo pensar en las “iglesias” sino en cómo los dispositivos que construyen poder en el contexto cristiano se amalgaman con las tramas de poder patriarcal, dando legitimidad a formas de dominación y discriminación de mujeres y disidencias».
La investigadora aclaró que no es que lo religioso, per se, es opresor, sino que determinados actores sociales lo usan de esa forma.
«Por lo tanto, se van configurando normas dentro de estas relaciones sociales, que ponen en situación de desigualdad de poder a las personas con la justificación de lo sagrado, por ejemplo “porque la Biblia dice”, “es el orden dispuesto por Dios”.
«Sin embargo, en el análisis de estas justificaciones podemos encontrar que son interpretaciones que se hacen de lo que la Biblia dice, generalmente sacadas del encuadre social e histórico en el que fueron dichas (y traducidas), y aplicadas de manera literal a nuestra sociedad actual», agregó Sánchez.
Estas interpretaciones, que decantan en situaciones de violencia religiosa, tienen un peso simbólico en las prácticas y rituales que hacen al ejercicio de la fe.
A razón de lo mencionado, muchas personas ven incompatible la fe cristiana con sus elecciones personales o su identidad de género, y se alejan o se ven excluidas de los espacios: «Esto tiene un alto costo para las mujeres, no solo por la pérdida de relaciones que son de valor afectivo para ellas, sino también porque son espacios donde las mujeres y sus familias encuentran diversos recursos para acompañar y sostener la vida cotidiana. Muchas veces, la posibilidad de poner esto en riesgo lleva a las mujeres a elegir el silencio y a no expresar sus formas diferentes de habitar la fe, para no experimentar estas situaciones de exclusión», aseguró Melisa.
La importancia de hablar y tejer redes
Para enfrentar la violencia religiosa, Anabella Martínez –joven qom evangélica e integrante de Mujeres Estrella de Chaco-, comentó que, desde su organización, realizan reuniones para dialogar sobre los mandatos religiosos con los que crecieron.
«En cada reunión escuchamos las diferentes experiencias de compañerxs que pasaron por una iglesia evangélica, muchas anécdotas están cargadas de violencia que no se reconocía como tal», afirmó Martínez.
La entrevistada dijo que «está tan normalizada» la violencia verbal y física dentro de los ámbitos religiosos, que «a muchos les tocaba aceptar que así es la vida religiosa o simplemente abandonar la iglesia. A pesar de seguir teniendo fe, era preferible dejar de ir».
Para abordar esta problemática, desde 2019, Católicas por el Derecho a Decidir (CDD) articula esfuerzos con diversas organizaciones feministas cristianas, para construir redes de apoyo y contención para quienes atravesaron situaciones de violencia o abuso dentro del ámbito eclesiástico.
Natalia Rodríguez -parte de CDD- destacó que las alianzas con teólogas, pastoras, investigadoras y colectivas cristianas feministas como Sororidad y Fe, Las Magdalenas y Mujeres Estrella permiten afrontar estas situaciones desde distintos ángulos, integrando saberes teológicos, experiencias de fe y feminismos.
Además, si una identidad feminizada atraviesa un caso de violencia de tipo religioso, puede denunciar en cualquier espacio de atención a las mujeres, como centros de salud o el Polo de la Mujer.
«Es necesario enfatizar que ante cualquier caso de violencia o abuso en los ámbitos eclesiásticos se debe recurrir primero a la justicia ordinaria. Si la víctima lo desea, puede hacerla también ante autoridades de las iglesias a través del derecho canónico. Recomendamos no acudir sola», dijo Natalia.
«Lo importante después es poder encontrarnos con profesionales que puedan valorar lo particular que tiene las experiencias de fe en las situaciones de violencia. Por eso entendemos que, además de las denuncias, es importante el acompañamiento de una red de personas que sostenga y acompañe estos procesos, desde una perspectiva de derechos», sumó Melisa Sánchez.
Muchas iglesias tienen sus propios protocolos para acompañar a las mujeres que solicitan asistencia por situaciones de violencia. No obstante, no siempre están integrados por profesionales. Por este motivo, Melisa Sánchez resaltó que «es necesario insistir en la importancia de equipos de profesionales formados en la tématica».
Sumado a lo anterior, expuso que desde la agrupación Sororidad y Fe apuestan a circular teologías feministas y cuir, especialmente latinoamericanas, con la finalidad de promover una autonomía interpretativa de los textos sagrados y una cocreación de alternativas para el ejercicio de una fe libre de violencias.