Por Luján Farfán
La obra es excelente: actuaciones potentes, una puesta en escena simple pero cargada de sentido, que da fuerza al mensaje. Y una verdad que atraviesa, que se encarna en el cuerpo y la voz de las actrices (que también crecieron en espacios de fe). Lo que dicen, lo habitan. Lo sostienen con una intensidad que conmueve hasta las lágrimas. No solo narran: encarnan.

Es una obra que conjuga vivencias dolorosas con recuerdos que hoy pueden despertar risa, pero que provienen de experiencias profundas que marcan la vida, especialmente si pasaste por contextos religiosos conservadores. Pero, por sobre todas las cosas, es una obra profundamente sanadora, transformadora… liberadora. Poder decir lo que viviste es un gran paso.
Es inevitable pensar en el camino recorrido junto a Sororidad y Fe, en las redes ecuménicas que tejimos colectivamente, en las preguntas que nos hicimos una y otra vez con dudas, con miedo, pero también con valentía, sobre nuestra fe, nuestros cuerpos, nuestras experiencias, nuestros deseos. En esas primeras preguntas compartidas y en las respuestas que fuimos construyendo juntas a lo largo de estos años para poner en palabras lo que nos atravesaba.
Que la obra se haya presentado en una iglesia (la Iglesia Metodista de Almagro) no es un detalle menor: el espacio potenció el mensaje, lo volvió más profundo y más político. Ese contexto, y la puesta centrada en las vivencias de mujeres evangélicas, resonó con fuerza en quienes crecimos dentro de entornos religiosos. Como mujeres católicas, quizás no vivimos exactamente las mismas situaciones: es otro contexto, con otras formas arraigadas de opresión y subordinación. Pero los mandatos son los mismos, comparten su raíz en el sistema patriarcal. Las formas de violencia, los vínculos dañinos que se disfrazan de amor o de guía, se repiten en mayor o menor medida en todos los ámbitos religiosos. Sentirse interpelada es inevitable.
El compartir, antes y después de la función, un intercambio con el público fue otro momento potente. Mujeres jóvenes, adultas, mayores; varones; familias completas: esa diversidad mostró que hay una necesidad real y urgente de abrir estos debates que atraviesan todas nuestras comunidades.
Ojalá esta obra pueda recorrer todas las provincias, llegar a cada comunidad. Porque sigue siendo justo y necesario que muchas más mujeres y disidencias sepan que no están solxs.

Sobre la obra
La rota virtud es un biodrama que entrelaza las voces de Mariana y Débora, dos mujeres cristianas con experiencias de fe profundamente contrastantes. A través del humor, la crítica y la emoción, la obra expone las tensiones entre la espiritualidad, la opresión religiosa y las expectativas impuestas sobre el cuerpo y la conducta femenina dentro de ciertas comunidades de fe. Las actrices encarnan relatos íntimos, donde la experiencia religiosa se vuelve territorio de contradicción, tensión y búsqueda. La rota virtud se basa en una diferencia dialogada que aporta una mirada reflexiva, desarma el discurso moral tradicional y abre un espacio para la pregunta, la duda y la búsqueda de una fe más libre, más justa y más propia.
Ficha técnico-artística: Dramaturgia: Verola Báez / Dirección: Julieta Maisonnave / Actúan: Aluminé Kwist y Lorena Villella / Iluminación: Lailén Yamile Alvaréz / Diseño gráfico: Estudio dosRíos / Fotografía: Carolina Zambrano / Idea y producción general: Sororidad y Fe.
Sororidad y Fe es un colectivo de mujeres y disidencias autoconvocadas, de diversas tradiciones cristianas, que buscan recrear experiencias de fe desde una perspectiva feminista. Desde el año 2019 se acompañan en sus transitares espirituales, creyendo que la teología feminista nos posibilita pensar la fe cristiana desde lugares liberadores, amorosos y dignificantes.






